LADIES
AND GENTLEMEN, EL NUEVO NOTICIARIO DOCUMENTAL “NO-DO+” PRESENTA UNA CRÓNICA DEL
VIAJE ERASMUS-AEGEENIANIO POR SEVILLA, CÓRDOBA Y GRANADA; Y GARANTIZA QUE LA
MAYORÍA DE LOS HECHOS QUE SE RELATAN SÓN APROXIMADAMENTE CIERTOS.
ALA,
AMONOS...
Pa’l Sur
(crónica inspirada en hechos reales)
(fotos by Hèctor & Jaume included)
- día 1 -
- día 2 -
- día 3 -
- día 4 -
- día 5 -
Como decía el folleto, primero fueron los tartesios,
luego los fenicios, luego los griegos, luego los cartagineses
(“se dice que fue el mismísimo Hércules quién fundó Sevilla”), luego los
romanos, luego los visigodos, luego los bizantinos, luego
los musulmanes, luego los vikingos y luego más cristianos...
Y más o menos todos dejaron tras ellos unos cuantos monumentos, y se machacaron
unos a otros para disfrutar en exclusiva del clima y gastronomía andaluces...
Luego, el 14 de febrero de 2003 ocuparon el Sur de
España AEGEE-Barcelona y los guiris Erasmus...
y estos lo único que dejaron tras de sí fueron unas cuantas botellas vacías y
algunos bonitos recuerdos, que intentaré condesar en esta crónica, a ver si quedan
para la posteridad.
Empecemos pues por el principio:
El día 1,
San Valentín, me sonó el despertador como en los viejos tiempos cuando tenía
cosas que hacer, y me fui corriendo a la Estació de Sants, a encontrarme
con unos elementos llamados Amra, Stefan, Marine, Aurélie
(no Amelie), Jaume, Saskia, Frederik, Frederike, Isaac,
Rachida (no Shakira), Héctor, Cathleen, Katrin, Narcisa,
Miquel y Marcel, que procedían de lugares tan lejanos e
inhóspitos como Italia, Alemania, Bélgica, Francia,
Bosnia o Galicia.
No habíamos ni salido de Barcelona
que ya perdimos un tren y un guiri; y haciendo cuentas nos dimos cuenta de que
otro nos estaba esperando ya en el aeropuerto, y decidimos ir pues al
aeropuerto en el siguiente tren.
Allí nos enfrentamos a los dispositivos de
seguridad, y las guiris que llevaban armas blancas fueron desenmascaradas...
eso sí, nadie consiguió impedir que nuestro espía Jaume se colase en la cabina del piloto y sacase fotos de los
aparatos.
En Granada desayunamos tostadas
con sobradasa y tomamos otro tren, después de intentar revender a los
transeúntes el billete que nos sobraba (y la fama que tienen los catalanes como
buenos negociantes quedó un poco en entredicho).
En breve estábamos en Sevilla,
conociendo a nuestra súper-guía germano-andaluza Julie y descubriendo lo
que creo que era el Parque de María Luisa, a velocidad supralumínica
para llegar a tiempo de comer, y con los mochilazos en la espalda. Por el camino comimos unas mandarinas
recién cosechadas que sabían a rayos, y en el albergue comimos una paella
más bien humilde y descubrimos los lagrimones de pollo y las tortitas
de bacalao. E hicimos un sorteo para repartir las habitaciones, un viejo
truco para evitar que la gente se agrupe en guetos por países y para forzar el team-building...
con un éxito moderado. Entonces hicimos una siesta rápida y empezamos a patear.
Julie no es capaz de hacerse una idea
de lo feliz que me quedé al comprobar que teníamos a alguien que conocía los
sitios y sabía mostrarlos con gracia, y de lo a gusto que me degradé de “guía
improvisador” a “relajado stuff”. Ella nos mostró los pabellones de
la Expo-Sudamérica (y alguno era bonito, pero el de Guatemala era más
feo que pegar a un padre), y la Universidad-Tabacalera (cuyo bar
tuvieron que cerrar de tantos porros que se fumaban), y la Catedral (dónde hicimos un par de oraciones
para que no lloviese durante los 4 días, que milagrosamente fueron
escuchadas)... Y nos explicó que el omnipresente NO-DO no era el “Noticiario
Documental Franquista de TVE-1” sinó las siglas (más o menos) de lo que dijo el Rey de España
cuando le preguntaron cuando era la última vez que había trabajado con sus
propias manos: “no me acuerdo...” (o si no era exactamente
esto, era algo parecido y también muy raro). Y nos mostró cómo funcionan los aparcacoches y la mala leche que tienen los
andaluces para diseñar laberintos en cualquier sitio, empezando por las
fábricas de tabaco y las callejuelas de los barrios turísticos como el Barrio
de Santa Cruz.
En el Hospital de los Venerables
descubrimos la magia de las audioguías y el magnífico fresco de Juan Valdés
Leal (el hermano pintor del que hacía anuncios de café) en el techo de la
Sacristía, y yo descubrí también que en Sevilla la tarjeta de visita de
Aegee-BCN cuela como carné de estudiante.
Y paseamos un poco por los callejones y
luego nos metimos en un bar y hicimos unas
tapas y unos vinitos, y luego nos metimos en otro bar
y hicimos unas tapas y unos vinitos, y luego nos metimos en otro bar y hicimos unas tapas y unos vinitos, y
es posible que perdiese la cuenta. En uno de los bares conocimos al famoso “perro
andaluz” que se paseaba entre nuestras piernas y mendigaba raciones de
pulpito o choricillos.
Alguien leyó en una guía que en Andalucía
el piropeo era un arte (como el tapeo, supongo) y decidimos ensayar un
poco. Desde el tradicional “guaaapa!” hasta sofisticaciones exóticas
como “moza! teño os güevos cheos de amor!” o sutilezas como “te ví a
follar con tal energía que te ví a echar todos los pelos padentro como un
balazo en la nuca”... Y luego fuimos al barrio de Triana, porqué
como buenos turistas, estábamos encaprichados en ver un poco de baile
flamenco. Y verlo lo vimos... un poco... yo al menos me asomé dentro un par
de minutos y salí luego a ver qué pasaba que no entraba la mayoría de gente...
y es que resulta que el tipo de la puerta consideraba que algunos calzados no
eran adecuados. Que se joda, luego nosotros
tampoco le invitamos a él a las fiestas que hicimos en el albergue.
El día 2
fuimos al centro en autobús, esquivamos 4
o 5 de esas señoras tan raras que nos querían regalar unas ramitas (sin ni
siquiera una mísera flor!) y nos metimos en los Reales Alcázares. Esta
vez, en lugar de la tarjeta de Aegee, probé de enseñar el carné de estudiante
de un tal “Stefan Brendelberg” y la portera no fue capaz de fijarse en
la foto pero sí de memorizar el apellido... de manera que cuando Stefan
entró, ella le preguntó si tenía algún hermano. Stefan dijo: “ah, sí, claro”...
Cruzamos la Puerta del León y nos adentramos en el Patio
de la Montería y luego en los Salones de Carlos V y todas esas
estancias tan majas y tan fastuosas... Esos almohades parece que sabían lo que hacían con la bóvedas y los
arcos y las fuentecillas, pero a mi lo realmente me tocó la fibra sensible
fueron los Jardines del Alcázar: Allí, paseando entre terrazas, fuentes
y pabellones hubo momentos en los que incluso me dió la impresión de tener mi
alma en paz con el mundo... Eso sí, mi vena
mística se volvió algo más mundana al ver un par de estatuas en top-less
que tenían surtidores en los pezones; y luego recuperé la tradicional angustia
vital al ver en un estanque esos pedazo de peces más grandes que los mismos
patos, en apariencia capaces de comerse un turista como si se tratase de una
fritura de pescado... Interesante fue también la sala de los tapices,
sobretodo ese del mapa andaluz en el que España estaba cabeza abajo, limitando
con el Mar de España al Sur, el Mar de África al Norte y el Mar de Italia al
Oeste, sin ninguna pista de una población llamada Madrid pero con una inmensa
urbe llamada Barcelona dibujada a la derecha de Mataró y a la izquierda de
Ceuta.
Pensaba que, después
de los Alcázares, cualquier cosa que visitáramos a continuación nos
provocaría un bajón, pero me equivocaba,
pues nos metimos en la Catedral y continuamos flipando. Parece ser que antes también había
sido una mezquita almohada o un colchón o algo así, y los cristianos se habían portado y no la habían destrozado del
todo. Vimos la Tumba de Colón (que ponía en entredicho eso de que el
tamaño no importa); la Sacristía Mayor con los cuadros de Murillo
(que curiosamente no tenían nada que ver con un muro pequeño, igual que las manzanillas
andaluzas no tienen nada que ver con las manzanas pequeñas ni con las
infusiones); y el colosal retablo y las curradas rejas de la Capilla...
En el Patio de los Naranjos, con su fuentecilla
árabe en medio, empecé a sospechar que la obsesión andaluza por los cítricos y los surtidores podía tener algo de
patológica, pero como no lo acababa de entender, me dejé de puñetas y subí a la
torre, la mítica Giralda, construida en una época en la que todavía no
se habían inventado los ascensores... ni las escaleras! Y en la cumbre de la
Giralda estaba todo el mundo sacando fotos de manera casi compulsiva y
admirando el paisaje, y esperamos a ver cual de las campanas sonaría al cabo de
otro cuarto de hora.
Desde tan privilegiado lugar vimos Sevilla
toda: los monumentos, las plazas, las calles, los pabellones, el río, el puente modernillo de los hermanos Calatrava,
la plaza de toros, el cohete Ariadne... Y una muchedumbre que gritaba e
insultaba a los carismáticos líderes mundiales Bush (“asesino”) y
Aznar (“lameculos”)... La muchedumbre exigía paz y condenaba concretamente el próximo ataque
a Irak y los asesinatos que la gente está dispuesta a consentir con tal
de conseguir la gasolina un poco más barata (siempre y cuando estos asesinatos
tengan lugar bien lejos y a poder ser que las victimas sean de religión no
católica)... No sé, había tanta gente protestando y manifestándose (no sólo en
Sevilla sinó en todo el mundo) que uno podía incluso llegar a ilusionarse
pensando que el pueblo soberano todavía podía pintar algo en algún
sitio... O no.
Nosotros no podíamos ser menos, así que
bajamos de la torre, gritamos un poco “Paz! Paz!” y nos fuimos con la
conciencia satisfecha a comer una fritura de pescado. Cómo había más hambre que pasta en los bolsillos acompañamos la fritura con unas patatas
bravas y bastante vino. A modo de guinda final, enseñamos a la
facción germana la magia de los carajillos; e Isaac se pegó una
buena siesta que llamó incluso la atención de la camarera argentina, que vino a
ofrecerle una cama (qué tío, siempre ligando o durmiendo o ambas cosas a la
vez!). Y una bella guiri preguntó qué era “un posho” y le dijimos que un
“posho” era un “chicken”. “No, no, chicken is pollo;
but what is posho?”. “Pues posho también es chicken, lo
que pasa es que lo ha dicho con acento andalú...”. “Sí, andaluz
de Buenos Aires, pero bueno...”
Y nos fuimos a patear un poco más. Visitamos
el tunel del sida y el jodido corte inglés
(uf) y estuvimos a punto de comprar un libro de piropos para el amigo de los
güevos cheos; y nos paseamos por la orilla del Guadalquivir hasta las
cercanías de lo que en los viejos tiempos fue la Expo’92... Allí, el río
medio seco, el teleférico escacharrado y otros parajes
un poco abasurados nos dieron una idea de lo que sería la “Sevilla
post-apocalíptica”.
Y de estas reminiscencias de “Mad Max” fuimos en
bus a los escenarios de “Star Wars: Episode I” (cómo diría cualquir
cinéfilo con buen gusto: “de bodrio sobrevalorado a bodrio sobravalorado, y
tiro porqué me toca”), pues parece ser que es en la mísmisima Plaza de
España donde se crió la Princesa Leya (u otra parecida, pero sin las ensaimadas):
un bonito lugar, sin lugar a dudas, desde
dónde disfrutamos de la puesta de sol y de los azulejos de Aníbal González
que representaban “gloriosas” escenas de las diferentes regiones españolas.
Entonces pasó una carroza con un tío al lado que tocaba la
guitarra... muy bonito si no fuese porque la carroza iba a toda leche
intentando huir del guitarrista y el guitarrista era un pordiosero que corría,
tocaba y resollaba al mismo tiempo.
Y allí recuperamos a Jaume (que había ido a sacar
fotos hasta el mismísimo cohete a pesar de que le habían dicho que tal cosa no
era posible) y perdimos a los últimos guiris que nos habían estado aguantando
el ritmo... bueno, Stefan continuó con nosotros, pero este tío ya es casi
español; y fuimos todos de shopin’... Eso sí, por el camino tuvimos que
resistir las tentaciones pederastas que se nos presentaron en forma de quinceañeras
andaluzas borrachas a las 7 de la tarde y que nos ayudaron (más bien poco)
a encontrar un supermercado abierto. Podíamos ver la admiración
brillando en sus pupilas cuando les dijimos que quizás nosotros saldríamos de
fiesta por la noche.
20 kilómetros más tarde encontramos un sitio dónde comprar
combustible en forma de vodka, ponche, cerveza, manzanilla
y aceitunas, y volvimos prontamente al albergue, dónde nos informaron de
que sólo quedaba cena para exactamente 8 personas. Y luego dirán de los
catalanes...
Hubo una pre-fiesta secreta en la habitación 223,
algo íntimo y acogedor con mis 2 alemanas favoritas; y luego nos reunimos todos
en la 225 (sección ex-yugoslava), un poco apretados pero más felices que un niño tonto con un huevo de
chocolate. Allí charlamos y reímos y enseñamos un poco de castellano a los
turistas y admiramos las dotes diplomáticas de Berlusconi (“de
izquierdas con los pobres, de derechas con los ricos!”). Hablamos de cine,
de sexo, de robótica y de cómo ligar con
chicas de Bosnia (“cuidado: somos peligrosas”); y, para compensar el
chasco de la noche anterior, nos pegamos un cantecito flamenco home-made
muy informal (“me estoy quitandoooo... me estoy quitandoooooo...”). Eso
sí, a las 12:00 hicimos silencio absoluto,
tal y como exigían las normas del albergue; y no probamos ni una sola gota de alcohol... no? Si no recuerdo
mal, lo más alcohólico que tomamos fueron las aceitunas... De todas formas, qué
suerte que a los que comieron en el restaurante mejicano les regalaran cubitos
de hielo, aunque sólo fuese para admirar como se derretían o para ponerlos por
la espalda a Katrin...
Y cuando los niños y niñas se fueron a dormir, dicen los
rumores que algunos tipos duros empezaron la fiesta de verdad (“joder,
si hay que salir, se sale”) y se fueron a seducir sevillanas
(incluso dicen los rumores que lo hubiesen
conseguido con unas que eran mayores de edad si no fuese porqué le robaron
la cartera a nosequién)... Yo sólo sé que cuando desperté por la mañana vi
camas vacías y que luego vi un gallego desayunando cerveza “la Alhambra”
y a un alemán engullendo vodka como si fuese café con leche.
No nos habíamos dado ni cuenta, pero acababa de empezar el
día 3.
Cogimos un autobús (catalán, por cierto) “Alsina
Graells” y nos fuimos pitando hacia Córdoba. Allí nos metimos en otro Alcázar, mucho más modesto que el
de Sevilla pero lleno también de jardines y fuentecillas, claro, y luego
visitamos lo que en mi opinión fue el Greatest
Hit del viaje: La Mezquita de Córdoba, símbolo del poder del Islam
en la península Ibérica. Si la Catedral de Sevilla sorprende por como los
cristianos habían hecho sus chapucillas para “convertirla” sin destrozarla del
todo, en la Mezquita de Córdoba esa sensación se multiplica por mil, y uno se
queda embobado admirando 850 columnas de granito, jaspe y mármol; los
arcos y los pilares; el Mihrab con las losas desgastadas allí donde los
peregrinos se arrodillaban a orar; y los arcos polilobulados (toma ya!) de la Capilla
de Villaviciosa (por cierto, bonito nombre para una capilla)... En resumen:
algo acojonantemente bello.
Y volvimos a comer a base de tapas, en un antro en el que
presumían de tener la mejor tortilla de España (y supongo que también
del mundo) y una salsita típica a la que llamaban charrapajote o
zopilote o chapapote o algo así, que estaba muy buena y era de color naranja.
Sin tiempo de digerir nada, tomamos otro “Alsina Graells”
y nos largamos para Granada. El albergue no estaba exactamente cerca de
la estación, y nuestro mapa no abarcaba todo el camino, pero se lo dimos a las
chicas que iban más rápido y nos dejamos guiar por su carisma de forma más o
menos relajada. Quizá no hicimos la ruta más corta, pero lo hicimos adrede para
poder admirar el Cuartel de la Guardia Civil de un barrio más bien
piojoso, y los –como diría Frederik– interesantes grafitis que
adornaban los muros cual frescos de Murillo pero más informal.
En el albergue hicimos
otro sorteo para desmontar los guetos por países, y los resultados fueron
todavía más desastrosos que en el anterior.
Nos pegamos una ducha rápida y fuimos a cenar. Ahora bien,
las tapas serán todo lo típicas que digan, pero yo ya estaba un poco harto de
comer en fascículos, de manera que me escaqueé con Amra y Narcisa
a zamparnos un sólido menú a base de paella, conejo y peras
con vino (o arroz con leche). Y el camarero resultó ser un tipo tan
simpático y jovial que las turistas acabaron haciéndose fotos con él, como si
de Mikey Mouse o Joan Clos se tratara.
(Y, hablando de tipos simpáticos, estuvo bien volver a ver
al señor Cristophe del Cinemad, un amistoso alemán que nos hizo
de guía en la noche granadina. Fijaros que no teníamos ningún contacto andaluz
de pura cepa, pero los germano-andaluces Cristophe y Julie fueron
la clave).
Parece ser que nos
sobornaron para entrar en una discoteca ofreciéndonos un vaso de
algo rojo a lo que llamaban sangría pero que llevaba tan poco alcohol
que lo podríamos haber bebido en el albergue, y que sabía a... no sé... a algo
rojo y soso. Las chicas se pusieron a bailar
como locas, sobretodo las francesas y Rachida, que bailaba con tal
pasión que yo sudaba y me agotaba sólo de mirarla!
Y me pareció ver gente flirteando, pero que yo sepa la
Porra no se incrementó ni un sólo puto punto! Eso sí, uno de nuestros
héroes conoció una chica granadina y estuvieron hablando un rato y ella
incluso le estuvo invitando a beber. Parecía que le iban a llevar al huerto,
pero hubo un problema: y es que en esta vida hay cosas más importantes que el
sexo, y el cuerpo del chaval le pedía satisfacer otros impulsos antes del
apareamiento... Con lo que le dijo a la chica que volvía en 5 minutos y se fue
a despedir un amigo del interior (en un lavabo muy modernillo que tenía
pestazo pero no pestillo). Cuando acabó con su labor, la moza estaba ligando
con un patán de jerseycito Lacoste y gafas de esquiar pintadas en la cara. Ah,
l’amour...
Yo me largué en taxi con mis queridas bosnias y Kathlin,
que tampoco me entendía ningún chiste, por muy Freudianos
que fuesen.
En broma, en broma, había llegado el día 4,
y nos fuimos a ver la Alhambra. Eso sí, primero tuvimos que subir una
cuesta revienta-ampollas y por el camino perdimos a nuestro Gran Líder y
con él a algunas chicas. “Staaaaaafff! Staaaaaff!”. Cuando
finalmente entramos al recinto, vimos la Alcazaba, el Generalife,
las Casas Reales, el Palacio de Carlos V... y yo ya tenía tal
sobredosis cultural y tal falta de sueño que empecé a confundir unas cosas con
otras y en mi mente zumbaban imágenes de fuentes
y jardines y fuentes y patios y fuentes y salones y fuentes
y estatuas y fuentes y plantas y flores y fuentes y estanques y fuentes
y al cabo de pocos minutos quien más quien menos se estaba meando...
Los salones suntuosos, los pabellones, las columnas y las
arcadas, las paredes decoradas con exquisita paciencia, la sensual caligrafía
árabe, los leones del Patio de los Leones
(que parecían más bien ovejas), el Salón de los Embajadores (con los 7
cielos de la cosmología islámica en su techo), el Patio de los Arrayanes
con su espejo-estanque, el techo de la Sala de los Abencerrajes (que se
supone que tiene algo que ver con el Teorema de Pitágoras, pero que si alguien
lo entendió que me lo explique)... era todo muy
bonito, pero está comprobado que lo que realmente le ponía cachondo al Califa
eran las fuentecillas y los chorritos de
agua.
Nos volvimos a perder y nos volvimos a encontrar, unos
cuantos hicieron sus siestas al sol, y
luego subimos a una torre a ver una vista
panorámica de Granada. Como diría Aurélie: “Oh-la-la-la-la-la-la-la-la-la-lá!”.
Incluso divisamos las cuevas del Sacromonte y la Muralla China.
Había muchos niños y abuelos por ahí, y Marcel
intentó dispersarlos: “Ei, que si subís más se va a caer la torre!”. Ni
caso.
Y nos fuimos a comer... No sin antes dar un pequeño paseo
en busca del Chikito, un restaurante recomendado por un patán andaluz
que consideraba que 18 euros más IVA era un precio económico. Decepcionados,
preguntamos a unos cholillos que nos dijeron: “Quereis comer bien a un
precio económico? Coño, id al Burguer-Kin’!!”. Tampoco les hicimos
caso a estos.
Y después de zampar fuimos a ver la Catedral de Córdoba,
que no estaba mal pero era humilde en comparación con las que habíamos visto
los días anteriores, y con demasiadas tonterías
fascistas para mi gusto: que si Primo de Rivera, que si homenage a
los curas víctimas del marxismo, que si la Madre Pátria... Y queríamos ver
también la tumba de los Reyes Catódicos, pero estaba más escondida de lo
que nos pensábamos... (“¿dónde coño están los muertos?”, se preguntaban
los más irrespetuosos). Eso sí, a mí me gustaron los cristales de colores de
las ventanas.
Y después, a patear por
el barrio del Albayzín, muy majo también, con sus casitas blancas y sus
calles empinadas y sus gitanos y sus cacas de perro... Frederike se fijó
en que todas las calles se llamaban Carmen de Algo, y supusimos que en
andaluz “carrer” se llama “Carmen”...
Por cierto que, en general, los carteles andaluces tienen todos su encanto,
pero merecen una mención especial el “Cebolla Palas”, el “Apandau”,
y una pancarta de una casa okupada que, entre un “nunca mais” y un “Paz!”
reivindicaba simplemente: “MAMÁ!”...
Llegamos a un peazo mirador desde el que vimos con
perspectiva todo el montaje de la Alhambra, y despistamos un momento a Julie
y le compramos una caja de bombones.
Y fuimos a tomarnos un té
a una tetería marroquí, después de otro largo paseo buscando una tetería
en una calle que se suponía que tenía que estar llena de teterías. Con el té
tomamos unos pastelitos más raros que un perro verde, nos despedimos de Julie,
le dimos los bombones, y nos fuimos de shopin’.
Y, para cenar, birras con tapas. Una tapa valía 1
euro, una birra 1’20 euros y te regalaban una tapa. Estas cosas sí que
no ocurren en Barcelona... Con la broma, cenas 3 o 4 tapas y acabas hasta el culo de birra... Eso sí, los Chorizos
del Diablo me estuvieron picando hasta el día siguiente.
En el albergue intenté convencer alguna chica para que se
duchase conmigo, pero como mi inglés no es muy bueno no me acabaron de
comprender y se pensaron que había dicho que me abriesen la puerta mientras me
duchaba y me sacasen fotos... Por listo...
Y empezó la Pijama Party, en la que casi nadie llevaba pijama y en la que
corrieron ríos de ponche y calimocho...
e intentamos un juego raro con animales que no
prosperó y luego jugamos a pasarnos la botella de ron... No fue
exactamente una noche afortunada: decidí que Frederike era la persona
con quién me gustaría pasar el resto de mi vida y ella decidió que yo era la
persona que tenía más pinta de practicar zoofilía... Y luego me cargué una botella de vino.
Y conocimos también a unas lolitas francesas que
estaban aprendiendo español, y sabían decir “chocolate! chocolate!” pero
no quisieron invitarnos a su fiesta a pesar de que yo les invitaba a beber con
nosotros... Y luego conocimos también a una chica americana muy nerviosa
que insultaba y gritaba “I wanna kick your ass! I wanna kick your ass! I
wanna kick your ass!”... Cómo dijo uno de nuestros poetas: “sí, bueno, y
yo te metería tantas cosas por tantos sitios...”. Y el segurata del
albergue intentaba poner orden en el pasillo y yo le decía que nosotros éramos
gente seria y que los liantes eran los niñatos franceses, pero comprobé que los
tíos borrachos con pijama y corbata no tienen mucha credibilidad... La
situación ya parecía digna de una peli de los hermanos Marx cuando apareció Stefan
con la gran revelación de la noche: el Señor Dedo! “Hola, hola, soy
el Señor Dedo, hola...” decía él a través de un trozo de papel
agujereado... Entrañable...
Y al final nos fuimos a dormir un par de horitas y
nos fuimos a buscar un bus y un avión para volver a Barcelona... Snif.
Y, claro, Andalucía estaba tan triste por nuestra partida que entonces sí que se puso a
llover...
X, Stuff
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CARNAVAL’2003
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