LADIES AND GENTLEMEN, EL NUEVO NOTICIARIO DOCUMENTAL “NO-DO+” PRESENTA UNA CRÓNICA DEL VIAJE ERASMUS-AEGEENIANIO POR SEVILLA, CÓRDOBA Y GRANADA; Y GARANTIZA QUE LA MAYORÍA DE LOS HECHOS QUE SE RELATAN SÓN APROXIMADAMENTE CIERTOS.

 

ALA, AMONOS...

 

 

Pa’l Sur

 

 

(crónica inspirada en hechos reales)

(fotos by Hèctor & Jaume included)

 

- día 1 -

- día 2 -

- día 3 -

- día 4 -

- día 5 -

 

 

Como decía el folleto, primero fueron los tartesios, luego los fenicios, luego los griegos, luego los cartagineses (“se dice que fue el mismísimo Hércules quién fundó Sevilla”), luego los romanos, luego los visigodos, luego los bizantinos, luego los musulmanes, luego los vikingos y luego más cristianos... Y más o menos todos dejaron tras ellos unos cuantos monumentos, y se machacaron unos a otros para disfrutar en exclusiva del clima y gastronomía andaluces...

Luego, el 14 de febrero de 2003 ocuparon el Sur de España AEGEE-Barcelona y los guiris Erasmus... y estos lo único que dejaron tras de sí fueron unas cuantas botellas vacías y algunos bonitos recuerdos, que intentaré condesar en esta crónica, a ver si quedan para la posteridad.

Empecemos pues por el principio:

 

    El día 1, San Valentín, me sonó el despertador como en los viejos tiempos cuando tenía cosas que hacer, y me fui corriendo a la Estació de Sants, a encontrarme con unos elementos llamados Amra, Stefan, Marine, Aurélie (no Amelie), Jaume, Saskia, Frederik, Frederike, Isaac, Rachida (no Shakira), Héctor, Cathleen, Katrin, Narcisa, Miquel y Marcel, que procedían de lugares tan lejanos e inhóspitos como Italia, Alemania, Bélgica, Francia, Bosnia o Galicia.

    No habíamos ni salido de Barcelona que ya perdimos un tren y un guiri; y haciendo cuentas nos dimos cuenta de que otro nos estaba esperando ya en el aeropuerto, y decidimos ir pues al aeropuerto en el siguiente tren.

    Allí nos enfrentamos a los dispositivos de seguridad, y las guiris que llevaban armas blancas fueron desenmascaradas... eso sí, nadie consiguió impedir que nuestro espía Jaume se colase en la cabina del piloto y sacase fotos de los aparatos.

    En Granada desayunamos tostadas con sobradasa y tomamos otro tren, después de intentar revender a los transeúntes el billete que nos sobraba (y la fama que tienen los catalanes como buenos negociantes quedó un poco en entredicho).

En breve estábamos en Sevilla, conociendo a nuestra súper-guía germano-andaluza Julie y descubriendo lo que creo que era el Parque de María Luisa, a velocidad supralumínica para llegar a tiempo de comer, y con los mochilazos en la espalda. Por el camino comimos unas mandarinas recién cosechadas que sabían a rayos, y en el albergue comimos una paella más bien humilde y descubrimos los lagrimones de pollo y las tortitas de bacalao. E hicimos un sorteo para repartir las habitaciones, un viejo truco para evitar que la gente se agrupe en guetos por países y para forzar el team-building... con un éxito moderado. Entonces hicimos una siesta rápida y empezamos a patear.

    Julie no es capaz de hacerse una idea de lo feliz que me quedé al comprobar que teníamos a alguien que conocía los sitios y sabía mostrarlos con gracia, y de lo a gusto que me degradé de “guía improvisador” a “relajado stuff”. Ella nos mostró los pabellones de la Expo-Sudamérica (y alguno era bonito, pero el de Guatemala era más feo que pegar a un padre), y la Universidad-Tabacalera (cuyo bar tuvieron que cerrar de tantos porros que se fumaban), y la Catedral (dónde hicimos un par de oraciones para que no lloviese durante los 4 días, que milagrosamente fueron escuchadas)... Y nos explicó que el omnipresente NO-DO no era el Noticiario Documental Franquista de TVE-1” sinó las siglas (más o menos) de lo que dijo el Rey de España cuando le preguntaron cuando era la última vez que había trabajado con sus propias manos: no me acuerdo...” (o si no era exactamente esto, era algo parecido y también muy raro). Y nos mostró cómo funcionan los aparcacoches y la mala leche que tienen los andaluces para diseñar laberintos en cualquier sitio, empezando por las fábricas de tabaco y las callejuelas de los barrios turísticos como el Barrio de Santa Cruz.

    En el Hospital de los Venerables descubrimos la magia de las audioguías y el magnífico fresco de Juan Valdés Leal (el hermano pintor del que hacía anuncios de café) en el techo de la Sacristía, y yo descubrí también que en Sevilla la tarjeta de visita de Aegee-BCN cuela como carné de estudiante.

    Y paseamos un poco por los callejones y luego nos metimos en un bar y hicimos unas tapas y unos vinitos, y luego nos metimos en otro bar y hicimos unas tapas y unos vinitos, y luego nos metimos en otro bar y hicimos unas tapas y unos vinitos, y es posible que perdiese la cuenta. En uno de los bares conocimos al famoso “perro andaluz” que se paseaba entre nuestras piernas y mendigaba raciones de pulpito o choricillos.

    Alguien leyó en una guía que en Andalucía el piropeo era un arte (como el tapeo, supongo) y decidimos ensayar un poco. Desde el tradicional “guaaapa!” hasta sofisticaciones exóticas como “moza! teño os güevos cheos de amor!” o sutilezas como “te ví a follar con tal energía que te ví a echar todos los pelos padentro como un balazo en la nuca”... Y luego fuimos al barrio de Triana, porqué como buenos turistas, estábamos encaprichados en ver un poco de baile flamenco. Y verlo lo vimos... un poco... yo al menos me asomé dentro un par de minutos y salí luego a ver qué pasaba que no entraba la mayoría de gente... y es que resulta que el tipo de la puerta consideraba que algunos calzados no eran adecuados. Que se joda, luego nosotros tampoco le invitamos a él a las fiestas que hicimos en el albergue.

 

    El día 2 fuimos al centro en autobús, esquivamos 4 o 5 de esas señoras tan raras que nos querían regalar unas ramitas (sin ni siquiera una mísera flor!) y nos metimos en los Reales Alcázares. Esta vez, en lugar de la tarjeta de Aegee, probé de enseñar el carné de estudiante de un tal “Stefan Brendelberg” y la portera no fue capaz de fijarse en la foto pero sí de memorizar el apellido... de manera que cuando Stefan entró, ella le preguntó si tenía algún hermano. Stefan dijo: “ah, sí, claro...

Cruzamos la Puerta del León y nos adentramos en el Patio de la Montería y luego en los Salones de Carlos V y todas esas estancias tan majas y tan fastuosas... Esos almohades parece que sabían lo que hacían con la bóvedas y los arcos y las fuentecillas, pero a mi lo realmente me tocó la fibra sensible fueron los Jardines del Alcázar: Allí, paseando entre terrazas, fuentes y pabellones hubo momentos en los que incluso me dió la impresión de tener mi alma en paz con el mundo... Eso sí, mi vena mística se volvió algo más mundana al ver un par de estatuas en top-less que tenían surtidores en los pezones; y luego recuperé la tradicional angustia vital al ver en un estanque esos pedazo de peces más grandes que los mismos patos, en apariencia capaces de comerse un turista como si se tratase de una fritura de pescado... Interesante fue también la sala de los tapices, sobretodo ese del mapa andaluz en el que España estaba cabeza abajo, limitando con el Mar de España al Sur, el Mar de África al Norte y el Mar de Italia al Oeste, sin ninguna pista de una población llamada Madrid pero con una inmensa urbe llamada Barcelona dibujada a la derecha de Mataró y a la izquierda de Ceuta.

    Pensaba que, después de los Alcázares, cualquier cosa que visitáramos a continuación nos provocaría un bajón, pero me equivocaba, pues nos metimos en la Catedral y continuamos flipando. Parece ser que antes también había sido una mezquita almohada o un colchón o algo así, y los cristianos se habían portado y no la habían destrozado del todo. Vimos la Tumba de Colón (que ponía en entredicho eso de que el tamaño no importa); la Sacristía Mayor con los cuadros de Murillo (que curiosamente no tenían nada que ver con un muro pequeño, igual que las manzanillas andaluzas no tienen nada que ver con las manzanas pequeñas ni con las infusiones); y el colosal retablo y las curradas rejas de la Capilla...

En el Patio de los Naranjos, con su fuentecilla árabe en medio, empecé a sospechar que la obsesión andaluza por los cítricos y los surtidores podía tener algo de patológica, pero como no lo acababa de entender, me dejé de puñetas y subí a la torre, la mítica Giralda, construida en una época en la que todavía no se habían inventado los ascensores... ni las escaleras! Y en la cumbre de la Giralda estaba todo el mundo sacando fotos de manera casi compulsiva y admirando el paisaje, y esperamos a ver cual de las campanas sonaría al cabo de otro cuarto de hora.

    Desde tan privilegiado lugar vimos Sevilla toda: los monumentos, las plazas, las calles, los pabellones, el río, el puente modernillo de los hermanos Calatrava, la plaza de toros, el cohete Ariadne... Y una muchedumbre que gritaba e insultaba a los carismáticos líderes mundiales Bush (“asesino”) y Aznar (“lameculos”)... La muchedumbre exigía paz y condenaba concretamente el próximo ataque a Irak y los asesinatos que la gente está dispuesta a consentir con tal de conseguir la gasolina un poco más barata (siempre y cuando estos asesinatos tengan lugar bien lejos y a poder ser que las victimas sean de religión no católica)... No sé, había tanta gente protestando y manifestándose (no sólo en Sevilla sinó en todo el mundo) que uno podía incluso llegar a ilusionarse pensando que el pueblo soberano todavía podía pintar algo en algún sitio... O no.

    Nosotros no podíamos ser menos, así que bajamos de la torre, gritamos un poco “Paz! Paz!” y nos fuimos con la conciencia satisfecha a comer una fritura de pescado. Cómo había más hambre que pasta en los bolsillos  acompañamos la fritura con unas patatas bravas y bastante vino. A modo de guinda final, enseñamos a la facción germana la magia de los carajillos; e Isaac se pegó una buena siesta que llamó incluso la atención de la camarera argentina, que vino a ofrecerle una cama (qué tío, siempre ligando o durmiendo o ambas cosas a la vez!). Y una bella guiri preguntó qué era “un posho” y le dijimos que un “posho” era un “chicken”. “No, no, chicken is pollo; but what is posho?”. “Pues posho también es chicken, lo que pasa es que lo ha dicho con acento andalú...”. “Sí, andaluz de Buenos Aires, pero bueno...”

    Y nos fuimos a patear un poco más. Visitamos el tunel del sida y el jodido corte inglés (uf) y estuvimos a punto de comprar un libro de piropos para el amigo de los güevos cheos; y nos paseamos por la orilla del Guadalquivir hasta las cercanías de lo que en los viejos tiempos fue la Expo’92... Allí, el río medio seco, el teleférico escacharrado y otros parajes un poco abasurados nos dieron una idea de lo que sería la “Sevilla post-apocalíptica”.

Y de estas reminiscencias de “Mad Max” fuimos en bus a los escenarios de “Star Wars: Episode I” (cómo diría cualquir cinéfilo con buen gusto: “de bodrio sobrevalorado a bodrio sobravalorado, y tiro porqué me toca”), pues parece ser que es en la mísmisima Plaza de España donde se crió la Princesa Leya (u otra parecida, pero sin las ensaimadas): un bonito lugar, sin lugar a dudas, desde dónde disfrutamos de la puesta de sol y de los azulejos de Aníbal González que representaban “gloriosas” escenas de las diferentes regiones españolas.

Entonces pasó una carroza con un tío al lado que tocaba la guitarra... muy bonito si no fuese porque la carroza iba a toda leche intentando huir del guitarrista y el guitarrista era un pordiosero que corría, tocaba y resollaba al mismo tiempo.

Y allí recuperamos a Jaume (que había ido a sacar fotos hasta el mismísimo cohete a pesar de que le habían dicho que tal cosa no era posible) y perdimos a los últimos guiris que nos habían estado aguantando el ritmo... bueno, Stefan continuó con nosotros, pero este tío ya es casi español; y fuimos todos de shopin’... Eso sí, por el camino tuvimos que resistir las tentaciones pederastas que se nos presentaron en forma de quinceañeras andaluzas borrachas a las 7 de la tarde y que nos ayudaron (más bien poco) a encontrar un supermercado abierto. Podíamos ver la admiración brillando en sus pupilas cuando les dijimos que quizás nosotros saldríamos de fiesta por la noche.

20 kilómetros más tarde encontramos un sitio dónde comprar combustible en forma de vodka, ponche, cerveza, manzanilla y aceitunas, y volvimos prontamente al albergue, dónde nos informaron de que sólo quedaba cena para exactamente 8 personas. Y luego dirán de los catalanes...

Hubo una pre-fiesta secreta en la habitación 223, algo íntimo y acogedor con mis 2 alemanas favoritas; y luego nos reunimos todos en la 225 (sección ex-yugoslava), un poco apretados pero más felices que un niño tonto con un huevo de chocolate. Allí charlamos y reímos y enseñamos un poco de castellano a los turistas y admiramos las dotes diplomáticas de Berlusconi (“de izquierdas con los pobres, de derechas con los ricos!”). Hablamos de cine, de sexo, de robótica y de cómo ligar con chicas de Bosnia (“cuidado: somos peligrosas”); y, para compensar el chasco de la noche anterior, nos pegamos un cantecito flamenco home-made muy informal (“me estoy quitandoooo... me estoy quitandoooooo...”). Eso sí, a las 12:00 hicimos silencio absoluto, tal y como exigían las normas del albergue; y no probamos ni una sola gota de alcohol... no? Si no recuerdo mal, lo más alcohólico que tomamos fueron las aceitunas... De todas formas, qué suerte que a los que comieron en el restaurante mejicano les regalaran cubitos de hielo, aunque sólo fuese para admirar como se derretían o para ponerlos por la espalda a Katrin...

Y cuando los niños y niñas se fueron a dormir, dicen los rumores que algunos tipos duros empezaron la fiesta de verdad (“joder, si hay que salir, se sale”) y se fueron a seducir sevillanas (incluso dicen los rumores que lo hubiesen conseguido con unas que eran mayores de edad si no fuese porqué le robaron la cartera a nosequién)... Yo sólo sé que cuando desperté por la mañana vi camas vacías y que luego vi un gallego desayunando cerveza “la Alhambra” y a un alemán engullendo vodka como si fuese café con leche.

No nos habíamos dado ni cuenta, pero acababa de empezar el día 3.

 

Cogimos un autobús (catalán, por cierto) “Alsina Graells” y nos fuimos pitando hacia Córdoba. Allí nos metimos en otro Alcázar, mucho más modesto que el de Sevilla pero lleno también de jardines y fuentecillas, claro, y luego visitamos lo que en mi opinión fue el Greatest Hit del viaje: La Mezquita de Córdoba, símbolo del poder del Islam en la península Ibérica. Si la Catedral de Sevilla sorprende por como los cristianos habían hecho sus chapucillas para “convertirla” sin destrozarla del todo, en la Mezquita de Córdoba esa sensación se multiplica por mil, y uno se queda embobado admirando 850 columnas de granito, jaspe y mármol; los arcos y los pilares; el Mihrab con las losas desgastadas allí donde los peregrinos se arrodillaban a orar; y los arcos polilobulados (toma ya!) de la Capilla de Villaviciosa (por cierto, bonito nombre para una capilla)... En resumen: algo acojonantemente bello.

Y volvimos a comer a base de tapas, en un antro en el que presumían de tener la mejor tortilla de España (y supongo que también del mundo) y una salsita típica a la que llamaban charrapajote o zopilote o chapapote o algo así, que estaba muy buena y era de color naranja.

Sin tiempo de digerir nada, tomamos otro “Alsina Graells” y nos largamos para Granada. El albergue no estaba exactamente cerca de la estación, y nuestro mapa no abarcaba todo el camino, pero se lo dimos a las chicas que iban más rápido y nos dejamos guiar por su carisma de forma más o menos relajada. Quizá no hicimos la ruta más corta, pero lo hicimos adrede para poder admirar el Cuartel de la Guardia Civil de un barrio más bien piojoso, y los –como diría Frederik– interesantes grafitis que adornaban los muros cual frescos de Murillo pero más informal.

En el albergue hicimos otro sorteo para desmontar los guetos por países, y los resultados fueron todavía más desastrosos que en el anterior.

Nos pegamos una ducha rápida y fuimos a cenar. Ahora bien, las tapas serán todo lo típicas que digan, pero yo ya estaba un poco harto de comer en fascículos, de manera que me escaqueé con Amra y Narcisa a zamparnos un sólido menú a base de paella, conejo y peras con vino (o arroz con leche). Y el camarero resultó ser un tipo tan simpático y jovial que las turistas acabaron haciéndose fotos con él, como si de Mikey Mouse o Joan Clos se tratara.

(Y, hablando de tipos simpáticos, estuvo bien volver a ver al señor Cristophe del Cinemad, un amistoso alemán que nos hizo de guía en la noche granadina. Fijaros que no teníamos ningún contacto andaluz de pura cepa, pero los germano-andaluces Cristophe y Julie fueron la clave).

Parece ser que nos sobornaron para entrar en una discoteca ofreciéndonos un vaso de algo rojo a lo que llamaban sangría pero que llevaba tan poco alcohol que lo podríamos haber bebido en el albergue, y que sabía a... no sé... a algo rojo y soso. Las chicas se pusieron a bailar como locas, sobretodo las francesas y Rachida, que bailaba con tal pasión que yo sudaba y me agotaba sólo de mirarla!

Y me pareció ver gente flirteando, pero que yo sepa la Porra no se incrementó ni un sólo puto punto! Eso sí, uno de nuestros héroes conoció una chica granadina y estuvieron hablando un rato y ella incluso le estuvo invitando a beber. Parecía que le iban a llevar al huerto, pero hubo un problema: y es que en esta vida hay cosas más importantes que el sexo, y el cuerpo del chaval le pedía satisfacer otros impulsos antes del apareamiento... Con lo que le dijo a la chica que volvía en 5 minutos y se fue a despedir un amigo del interior (en un lavabo muy modernillo que tenía pestazo pero no pestillo). Cuando acabó con su labor, la moza estaba ligando con un patán de jerseycito Lacoste y gafas de esquiar pintadas en la cara. Ah, l’amour...

Yo me largué en taxi con mis queridas bosnias y Kathlin, que tampoco me entendía ningún chiste, por muy Freudianos que fuesen.

 

En broma, en broma, había llegado el día 4, y nos fuimos a ver la Alhambra. Eso sí, primero tuvimos que subir una cuesta revienta-ampollas y por el camino perdimos a nuestro Gran Líder y con él a algunas chicas. “Staaaaaafff! Staaaaaff!”. Cuando finalmente entramos al recinto, vimos la Alcazaba, el Generalife, las Casas Reales, el Palacio de Carlos V... y yo ya tenía tal sobredosis cultural y tal falta de sueño que empecé a confundir unas cosas con otras y en mi mente zumbaban imágenes de fuentes y jardines y fuentes y patios y fuentes y salones y fuentes y estatuas y fuentes y plantas y flores y fuentes y estanques y fuentes y al cabo de pocos minutos quien más quien menos se estaba meando...

Los salones suntuosos, los pabellones, las columnas y las arcadas, las paredes decoradas con exquisita paciencia, la sensual caligrafía árabe, los leones del Patio de los Leones (que parecían más bien ovejas), el Salón de los Embajadores (con los 7 cielos de la cosmología islámica en su techo), el Patio de los Arrayanes con su espejo-estanque, el techo de la Sala de los Abencerrajes (que se supone que tiene algo que ver con el Teorema de Pitágoras, pero que si alguien lo entendió que me lo explique)... era todo muy bonito, pero está comprobado que lo que realmente le ponía cachondo al Califa eran las fuentecillas y los chorritos de agua.

Nos volvimos a perder y nos volvimos a encontrar, unos cuantos hicieron sus siestas al sol, y luego subimos a una torre a ver una vista panorámica de Granada. Como diría Aurélie: “Oh-la-la-la-la-la-la-la-la-la-lá!”. Incluso divisamos las cuevas del Sacromonte y la Muralla China.

Había muchos niños y abuelos por ahí, y Marcel intentó dispersarlos: “Ei, que si subís más se va a caer la torre!”. Ni caso.

Y nos fuimos a comer... No sin antes dar un pequeño paseo en busca del Chikito, un restaurante recomendado por un patán andaluz que consideraba que 18 euros más IVA era un precio económico. Decepcionados, preguntamos a unos cholillos que nos dijeron: “Quereis comer bien a un precio económico? Coño, id al Burguer-Kin’!!”. Tampoco les hicimos caso a estos.

Y después de zampar fuimos a ver la Catedral de Córdoba, que no estaba mal pero era humilde en comparación con las que habíamos visto los días anteriores, y con demasiadas tonterías fascistas para mi gusto: que si Primo de Rivera, que si homenage a los curas víctimas del marxismo, que si la Madre Pátria... Y queríamos ver también la tumba de los Reyes Catódicos, pero estaba más escondida de lo que nos pensábamos... (“¿dónde coño están los muertos?”, se preguntaban los más irrespetuosos). Eso sí, a mí me gustaron los cristales de colores de las ventanas.

Y después, a patear por el barrio del Albayzín, muy majo también, con sus casitas blancas y sus calles empinadas y sus gitanos y sus cacas de perro... Frederike se fijó en que todas las calles se llamaban Carmen de Algo, y supusimos que en andaluz “carrer” se llama “Carmen”...

Por cierto que, en general, los carteles andaluces tienen todos su encanto, pero merecen una mención especial el “Cebolla Palas”, el “Apandau”, y una pancarta de una casa okupada que, entre un “nunca mais” y un “Paz!” reivindicaba simplemente: “MAMÁ!”...

Llegamos a un peazo mirador desde el que vimos con perspectiva todo el montaje de la Alhambra, y despistamos un momento a Julie y le compramos una caja de bombones.

Y fuimos a tomarnos un té a una tetería marroquí, después de otro largo paseo buscando una tetería en una calle que se suponía que tenía que estar llena de teterías. Con el té tomamos unos pastelitos más raros que un perro verde, nos despedimos de Julie, le dimos los bombones, y nos fuimos de shopin’.

Y, para cenar, birras con tapas. Una tapa valía 1 euro, una birra 1’20 euros y te regalaban una tapa. Estas cosas sí que no ocurren en Barcelona... Con la broma, cenas 3 o 4 tapas y acabas hasta el culo de birra... Eso sí, los Chorizos del Diablo me estuvieron picando hasta el día siguiente.

En el albergue intenté convencer alguna chica para que se duchase conmigo, pero como mi inglés no es muy bueno no me acabaron de comprender y se pensaron que había dicho que me abriesen la puerta mientras me duchaba y me sacasen fotos... Por listo...

Y empezó la Pijama Party, en la que casi nadie llevaba pijama y en la que corrieron ríos de ponche y calimocho... e intentamos un juego raro con animales que no prosperó y luego jugamos a pasarnos la botella de ron... No fue exactamente una noche afortunada: decidí que Frederike era la persona con quién me gustaría pasar el resto de mi vida y ella decidió que yo era la persona que tenía más pinta de practicar zoofilía... Y luego me cargué una botella de vino.

Y conocimos también a unas lolitas francesas que estaban aprendiendo español, y sabían decir “chocolate! chocolate!” pero no quisieron invitarnos a su fiesta a pesar de que yo les invitaba a beber con nosotros... Y luego conocimos también a una chica americana muy nerviosa que insultaba y gritaba “I wanna kick your ass! I wanna kick your ass! I wanna kick your ass!”... Cómo dijo uno de nuestros poetas: “sí, bueno, y yo te metería tantas cosas por tantos sitios...”. Y el segurata del albergue intentaba poner orden en el pasillo y yo le decía que nosotros éramos gente seria y que los liantes eran los niñatos franceses, pero comprobé que los tíos borrachos con pijama y corbata no tienen mucha credibilidad... La situación ya parecía digna de una peli de los hermanos Marx cuando apareció Stefan con la gran revelación de la noche: el Señor Dedo! “Hola, hola, soy el Señor Dedo, hola...” decía él a través de un trozo de papel agujereado... Entrañable...

 

Y al final nos fuimos a dormir un par de horitas y nos fuimos a buscar un bus y un avión para volver a Barcelona... Snif.

Y, claro, Andalucía estaba tan triste por nuestra partida que entonces sí que se puso a llover...

 

X, Stuff

 

 

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VENTE A LA FIESTA DE CARNAVAL’2003

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